martes, 1 de mayo de 2012

Cuando el entorno mediático que nos rodea se llena de malos augurios, el pesimismo va calando hasta dentro de los huesos. Y es entonces cuando aparecen los "salvapatrias" con sus gestos histriónicos de aparente seguridad, sus frases de márqueting barato ideadas por cualquier publicista mediocre, los rostros de austero calvinismo. Se repiten hasta la saciedad, a todas horas, en todas partes. Y al final consiguen lo que quieren, que creamos dos cosas:
1. Que los mayas estaban en lo cierto y el Mundo se acaba.
2. Que el único Bruce Billy que puede salvarnos del Argamedón es ese tipo (o tipa) que nos mira como si fuésemos unas pobres bestiecillas del bosque asustadas.
Convendría recordar a estos actores de esta farsa que son ellos los que han causado el peligro del que ahora, aseguran, van a salvarnos. Pero creedme, es un ejercicio inútil. Los malo de las mentiras es que el mentiroso es el primero en creerlas.
No vamos a hablar de lo obvio, porque lo obvio está en nuestro día a día. No mencionemos a los sindicalistas que gritan cuando antes callaron, ni a los políticos que entienden la rabia de la gente pero se "ven obligados" a aplicar la Ley (bravo por los no vull pagar autopistes).
Hablemos de nosotros, de tí, de mí, de los ciudadanos que cada día intentamos no dejarnos arrastrar por la demagogia, las mentiras y los impulsos. Mientras nos suben los impuestos, nos recortan la sanidad con el fin último de entregarla a los lobbies, intentan destrozar la maltrecha educación o aprovechan para cebarse con los funcionarios, tú sigues haciendo cada tarde los deberes con tu hijo sentado a la mesa. Intentas recordar cómo se hacía una ecuación de primer grado, aquellas palabras de inglés, aquella regla gramatical para que tu hijo sepa que estás ahí, que no vas a dejarle sentado delante del televisor mientras otros le roban un futuro que ni siquiera existe.
Tú pasas de largo delante de las portadas de los periódicos (todas iguales, todas sin mojarse) y compras una revista que habla de Historia, de Naturaleza, de Literatura, de mecánica. Te acercas a la biblioteca y lees una novela escondida en un estante que ya nadie visita porque los best están en otra parte.
Tú te levantas a las cinco de la mañana con los ojos pegados, coges tu ropa con la luz apagada y sales de la habitación sin hacer ruido para no despertar a tu pareja. Sabes que desde que la han despedido duerme mal. Te miras en los bolsillos los céntimos que te quedan y decides que mejor tomar el café en casa y coger el tren, abarrotado hasta el trabajo. Asumes lo que haces tratando de aislarte de los comentarios de los compañeros que nunca dieron un palo al agua pero que ahora son los sacerdotes del Apocalipsis. Mientras ellos hablan tú intentas llegar a la prima que cada semana el encargado nuevo te sube con la excusa de que a él le aprietan de arriba. Y cuando miras arriba nunca ves más que el techo. Es algo así como los mercados. Como Dios. No se le ve pero se le supone la Existencia.
Cada vez que te llaman al despacho te temes lo peor. Y te comes la rabia cuando ves que la crisis no llega a todas partes, sobretodo a los que nunca la han conocido ni la conocerán.
Vuelves a casa y tienes unos minutos para visitar a tu madre, que ya casi no te recuerda. Pero tú no la has olvidado. Escuchas sus mismas historias de siempre como si fuera la primera vez que te las cuenta, mientras la limpias y procuras que esté cómoda en esa silla que no sabes cómo vas a pagar cuando llegue el vencimiento. Pero eso no importa. No quieres que te vea triste, no lo merece después de una vida luchando para que seas feliz.
Cuando llegas a casa pones buena cara aunque estás rebentad@. No te importa hablar del partido de fútbol o de los programas de cotilleo, pero prefieres cenar con la familia, con la televisión apagada, escuchando a los tuyos. A veces, sólo escuchando el silencio roto por el roce de las cucharas en la loza del plato.
Duermes o lo intentas. Y sólo ahí, durante un rato, aceptas soñar. Soñar con otro País, con otra gente, con otra sociedad. Con otro futuro.
Mañana ya no será Día del Trabajo. Pero tú seguirás trabajando, en lo que hagas, a cada momento. Nunca te rendirás, nunca dejarás que te venzan. Porque tu revolución es de las de verdad, de las que hacen daño. Porque tú luchas por tu Dignidad.
Y eso, ellos, TODOS ellos, nunca lo podrán entender.
Y algún día, todas sus mentiras, todo este absurdo, quedará atrás. Y quizá sea tu hijo, ese que ahora intenta hacer los deberes con la punta de la lengua entre los dientes, quien empezará el Nuevo Principio que te mereces.
Confía en eso cuando sientas que te faltan las fuerzas.

domingo, 24 de abril de 2011

Aún sigo aquí



Aún sigo aquí, sentado entre vosotros, en aquel recreo de suelo de cemento, entre el griterío y las pelotas de papel y bolsas de basura. Todavía existo dentro del hombre que ahora me habita, y que de ordinario me suplanta, y que pretende acallarme cuando me salta la risa o la inconveniencia. Ese hombre con canas y mirada grave, que me reprocha que no quiera marcharme del todo.

Pero no, yo sigo aquí, recordando cuando el mundo era nuestro juego y los sueños apenas empezaban a esbozarse, cuando la amistad lo era todo y la traición sólo cosa de los otros, esos, los mayores. Cuando la calle era mi casa y los abrazos lazos indestructibles, cuando decirle a alguien te quiero era decirlo para siempre. Yo soy aquel de la fila de bancos que al besarte sellaba una fidelidad que los años no han podido quebrar, el que te regaló aquella cadenita, el que se sentaba a llorar porque no entendía la loca canción de su corazón.

Nunca me iré, nunca del todo. Seguiré recordando para el hombre que me habita, porque le quiero y me da pena su rostro contrito, su horario de oficina, su preocupación que no es nada, su cobardía de ahora.

Sé que un día él me reconocerá, que ya no querrá callar más mi risa, que volverá la honestidad a su mirada y la valentía a su corazón. Porque Víctor, viejo amigo, nunca hemos dejado de ser uno, este niño, tú, yo yo.

Dedicado a mis compañeros del San Antonio María Claret

lunes, 11 de octubre de 2010

La Era del Realismo

Estamos jodidos, de acuerdo. Todos sabemos cómo hemos llegado a esta situación y las consecuencias que la crisis nos está haciendo pagar, a muchos de un modo virulento y cruel: corrupción, malbaratamiento de los recursos públicos, dejadez, falta de liderazgo, economía especulativa...
Podemos pasar el día renegando, sentados en tertulias de café, maldiciendo y desgastando nuestra energía en discusiones bizantinas para, al final, marcharnos a casa y sentarnos delante del televisor a ver qué hace o dice la "princesa del pueblo"
Pero tengo una pregunta: ¿Qué culpa, qué responsabilidad tenemos nosotros, cada uno individualmente en lo que nos está pasando? Nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad de derechos pero sin deberes, a culpar de todo a ese ente lejano que es la administración con la excusa barata de que "Yo voto y pago impuestos y por tanto, puedo exigir" Si la educación de nuestros hijos es deficiente culpamos a los profesores, si hay delincuencia y leyes permisivas a jueces y policias, si la sanidad no funciona a los médicos y si las calles no están asfaltadas a los concejales.
Pero ¿dónde estábamos cada uno de nosotros cuando los políticos corruptos no dimitían ni por verguenza?¿Dónde cuando se gastaban miles de millones en dispendiosos gastos de representación, regalías y favoritismos? ¿Porqué hemos permitido que la Democracia sea sólo la pátina con la que visten su discurso los cínicos y los neoliberales?¿qué hicimos cuando nuestro hijo insultó a su profesor, o cuando un médico no pudo o no quiso atendernos como era debido?
No HICIMOS NADA, porque creíamos que la cosa no iba con nosotros. Consumimos a mansalva, renegamos entre amigos, fuimos al psiquiatra y a mirar para otro lado ¿verdad?
Pues ya está, ya tenemos la podedumbre oliendo en nuestra puerta. Ahora ya no podemos seguir fingiendo que no ocurre nada. Ha llegado la hora de coger nuestra vida por las riendas y no esperar que un Estado que nunca fue nuestro "padre protector" se ocupe de nosotros.
Ha llegado la hora del realismo, amig@as: aquellos valores que desechábamos por pesados serán los que nos saquen de aquí. Tendremos que volver a pensar muy mucho en qué gastamos y cómo lo hacemos, si merece la pena pagar una hipoteca o un plan de pensiones, a quién le damos nuestro voto y qué se hace con él, a llamar a las cosas por su nombre y dejar de ser cínicos o débiles, a preocuparnos cada día por la educación de nuestros hijos, apartarlos de la televisión y llevarlos a la biblioteca, a pensar y escuchar a los que son mayores, a refugiarnos en los amigos y la familia. Los valores de Occidente están muertos, sólo es cuestión de cuánto durará la agonía. Aprenderemos a ser felices con menos, pòrque no nos queda otra.
Pero yo veo algo bueno en todo esto: cuanto menos tengamos menos podrán quitarnos banqueros y políticos, menos esclavos seremos de prestamistas. Obligaremos a nuestros gestores a que gestionen bien nuestro poco dinero, seremos más libres, y no hay nada peor que eso para los dueños del PODER.
Así que, a apretar los dientes, a decir las cosas por su nombre, y asumir las responsabilidades que nos corresponden. Yo sí creo que un mundo mejor es posible, y depende de tí y de mí, de nadie más.
No dejes que te usurpen el derecho de vivir tu vida.
Buenas noches a todos y suerte.